Yo me reía cada vez más. El Ramón gritando “¡Al ladrón, al ladrón…!”, el poli gordo, de culo, en el suelo, berreando “¡deténgases, deténgases…!”, el ladronzuelo, como descolocao y mi primo Hilario, mamado por la carrera (nunca fue un aqui) diciéndole al poli, ¡detenle tú, gilipollas! y Solo…
Teníais que haber visto a Solo: qué zancada, qué potencia de paso, qué firmeza en los hombros y los brazos… qué hostión le metió al ladronzuelo en la espalda. Quiso adornarse, agarrándole de un manotazo en la espalda, en plan te pillé, mentecato… pero le falló el agarre y su manaza (dos veces la mía, sin exagerar) calló sobre la espalda de la ratilla (unos 50 kg como mucho) y le hizo caer de forma aparatosa.
El tipo, ya antes de la caída era una piltrafilla. Pero después de sufrir el manotazo de Solo y, sobre todo, la caída… quedó reducido a la mínima expresión; un sujeto prácticamente inanimado con el peligro de una mariposa, más o menos. En esas condiciones, llegó Hilario y, para hacerse el héroe, se tiró encima de la ratilla en plan Inmovilización Número Dos De La Policía De Nueva York o algo así.
A todo esto, el poli obeso, claramente superado por la situación, logró quitarse de encima la caraja que le afectaba y corrió hacia el lugar donde se verificaba el tumulto y, sin saber muy bien a quién debía detener, le soltó una coz a Hilario y le tiró al suelo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario